Cuando un profano en misterios teológicos se pone a leer los pasajes neotestamentarios que relatan la resurrección de Jesús —que es el episodio fundamental en el que se basa el cristianismo para demostrar la divinidad de Jesús—, espera encontrar una serie de relatos pormenorizados, sólidos, documentados y, sobre todo, coincidentes unos con otros. Pero los textos de los cuatro evangelistas nos dan justamente la impresión contraria. A tal punto son contradictorios los relatos de Mateo, Marcos, Lucas y Juan que, si sus declaraciones fuesen presentadas ante cualquier tribunal de justicia, ningún juez podría aceptar sus testimonios como base probatoria exclusiva para emitir una sentencia. Basta con comparar los relatos de to-dos ellos para darse cuenta de la fragilidad de su estructura interna y, por tanto, de su escasa credibilidad.
En la versión de Marcos, José de Arimatea es ahora un «ilustre consejero (del Sanedrín), el cual también esperaba el reino de Dios» (Mc 15,43) y Pilato no reclama el cuerpo de Jesús al juez sino al centurión que controló la ejecución: «Informado del centurión, dio el cadáver a Jo-sé, el cual compró una sábana, lo bajó, lo envolvió en la sábana y lo depositó en un monumen-to que estaba cavado en la peña, y volvió la piedra sobre la entrada del monumento. María Magdalena y María la de José miraban dónde se le ponía» (Mc 15,45-47).
El relato que proporciona Lucas, en Lc 23,50-56, es substancialmente coincidente con éste de Marcos —ya que en éste se inspiró—, pero en Juan la historia ocurre en un contexto llamativamente diferente: «Después de esto rogó a Pilato José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por temor de los judíos, que le permitiese tomar el cuerpo de Jesús, y Pilato se lo permitió. Vino, pues, y tomó su cuerpo. Llegó Nicodemo, el mismo que había ve-nido a El de noche al principio, y trajo una mezcla de mirra y áloe, como unas cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas y aromas, según es costumbre sepul-tar entre los judíos. Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un se-pulcro nuevo, en el cual nadie aún había sido depositado. Allí, a causa de la Parasceve de los judíos, por estar cerca el monumento, pusieron a Jesús» (Jn 19,38-42).
Retomando el texto de Mateo seguimos leyendo: «Al otro día, que era el siguiente a la Pa-rasceve, reunidos los príncipes de los sacerdotes y los fariseos ante Pilato, le dijeron: Señor, recordamos que ese impostor, vivo aún, dijo: Después de tres días resucitaré. Manda, pues, guardar el sepulcro hasta el día tercero, no sea que vengan sus discípulos, le roben y digan al pueblo: Ha resucitado de entre los muertos (...) Ellos fueron y pusieron guardia al sepulcro después de haber sellado la piedra» (Mt 27,62-66). Estos versículos afirman al menos dos co-sas: que era conocida por todos la advertencia de Jesús acerca de su resurrección al tercer día y que el sepulcro estaba guardado por soldados romanos.








